SEPTIEMBRE
El joven arquero regresó a mi lado y colocándose a mi altura se señaló su pecho desnudo diciéndome su nombre Shola, y señalando a su compañero me dijo que era su padre, ambos pertenecientes a la tribu que está más al Norte. Estaban cazando para pasar el invierno. Le miré directamente a la cara, sin miedo y le dije mi nombre.
Mi Jefe dio por terminada la comida y Shola se levantó dirigiéndose hacia mi grupo dando las buenas noches, me habría resultado raro que hablara nuestra lengua también si no fuera porque, con la información que me había traído el niño compinche, ya tenía claro que su padre debía de habérselo enseñando, pues éste lo había aprendido de niño cuando ambas tribus pasaban los veranos muy próximos y jugaban en el mismo arroyo todos en paz.
Me preguntó directamente.
Continuará...
Colección Edward S. Curtis |
El tono verde oscuro de las hojas me era tan agradable y familiar como la necesidad que de ellas tenía mi pequeño poblado apache jicarilla para combatir la tos, y con aquellas hojas de eucaliptus podíamos hacer baños de vapor que mejoraban la respiración de los niños y ancianos.
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Había salido temprano de mi choza y cogido el caballo del Hechicero que rara vez lo usaba ya, pues me encomendaba todas las búsquedas. Es un caballo que puede ser montado de un salto por su baja cruz, pero es fuerte y puedo transportar sobre él varios haces de ramillas y leña. Mohíno, que así se llama el caballo, tiene un andar airoso, un poquito tropezón, lo que le aporta un paso tintineante por la pradera llevándote su trote a no poder apartar los ojos ni soltar la jáquima en ningún momento, pues puedes terminar en el suelo.
Lo estaba atando a un tronco caído y medio seco cerca de unas matas que podía hincarles el diente, cuando llamó mi atención un gran ciervo arriba en la colina, berreando. Era el macho más grande que había visto nunca, por lo menos debería tener ocho puntas su cornamenta, era una visión impresionante, pero estaba muy lejos de la puntería que podían darme mi arco y mis flechas, por lo que decidí no perder más tiempo sacando de mi cinto el hachilla de piedra que llevaba para la tarea.
Mohíno levantó la cabeza con sus orejas en punta avisándome de una presencia jadeante tras de mí, me giré rápidamente y tuve a dos indios apaches desconocidos y altísimos frente a mí. Iban de caza pues llevaban el rostro pintado con esa línea negra que les coge desde la media nariz hasta la mitad de la frente haciendo que sus ojos parezcan fieros y mortíferos. Encima de sus hombros llevaban la piel de búfalo que les servía de camuflaje oloroso y, uno de ellos además, llevaba sobre la cabeza la testuz de lo que debió ser un búfalo joven con medios cuernos. En sus manos llevaban unos arcos muy grandes con una flecha preparada para ser lanzada. El de la cabeza cubierta era el más mayor de los dos y le hacía gestos de proseguir al otro, que no me quitaba ojo, ni a mi hacha levantada tampoco.
Pasaron unos latentes y desconfiados segundos, hasta que un susurro en mi lengua llegó a mis oídos preguntándome qué hacía allí, era el más joven que se aproximó a no más de medio metro de mi cara. Contesté que recogiendo hojas para la tos de los míos. Hablan en su idioma y se ríen, quizás piensen que soy la hechicera de mi tribu aunque les quise entender que decían que no tenía los dientes negros ni era tan vieja, pero no me dio tiempo a nada más pues corrían colina arriba. El más joven subió veloz unos doscientos metros más de ladera que el otro, dejando caer la piel de búfalo y mostrando su torso al descubierto…. abrió su arco y disparó. La flecha se clavó en el pecho del animal y fue el más mayor el que subió hasta el bóvido.
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- - Soy yo, digo Alopa, dije toda ruborizada.
Tiró del recogido de mi cabeza y mi pelo cayó sobre mi espalda y suavemente cogió un mechón y lo llevó hasta su nariz oliéndolo, no dijo nada. Luego volvió a subir la ladera en busca del ciervo y de su padre.
Vi alejarse a aquél indio como quien tiene el convencimiento de que lo que hoy se aleja mañana volverá, mientras me recogía otra vez el cabello y comenzaba a cortar las ramas de eucalipto. Un rato después, sin apartar mis cinco sentidos de lo alto de la colina, tenía el haz de hojas atado y me marchaba sobre Mohíno rumbo a mi poblado metida en mis pensamientos. No me ha pasado nunca algo así, no he conocido a nadie así, en mi poblado solo hay ancianos y jovenzuelos, los demás cayeron en la guerra con los vecinos de abajo, por eso quedamos sitiados entre cuatro ríos, como en una isla donde no pasa nada, dónde nada anormal ocurre, excepto en ésta época, la dichosa tos, desde que tuvimos contacto con los españoles, dicen los ancianos.
El Hechicero salió a mi encuentro para recoger las hojas y preparar los baños así que llevé a Mohíno a la pradera para su descanso y deleite entre la avena loca. Creo que estuve ensimismada el resto de la tarde, acariciando las espigas y jugando con ellas entre mi pelo, y con las mariposas y oyendo los pájaros cantores, y haciendo collares con flores como cuando era una chiquilla, tumbada sobre el heno mirando las nubes y soñando, pues no quería renunciar a las sensaciones que iban de dentro a fuera y de fuera a dentro en susurros con mi madre tierra.
Colección Edward S. Curtis |
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Desperté al oír algarabía en el poblado, dos jinetes entregaban un ciervo al Jefe como presente para mi pueblo, eran ellos. Mi corazón comenzó a latir acelerado y mis piernas a correr camino del bullicio. Pero dos comadres me interceptaron para que les ayudara en el río a preparar el ciervo pues había invitados. Todas reíamos y cantábamos haciendo las partes y pensando que era buena señal tener visitas tan importantes y con semejante presente, nada más ni nada menos que un ciervo de ocho puntas. Las conté con la vista rápidamente. ¡Eso es que necesitan esposas para el invierno!, comentaron las mayores burlonamente, mientras las jóvenes mirábamos hacia el grupo de hombres que se habían reunido junto a la pequeña lumbre dónde asaríamos parte del ciervo, pues aún no son las noches frías para hacer fogatas. El ciervo comenzó a ser asado por los hombres en la pequeña hoguera y las últimas en abandonar el río nos dirigimos hacia la misma para calentarnos las manos. Mis ojos le buscaron y no tardé en verle, nos sonreímos y de repente se levantó y salió de su círculo a mi encuentro. Lo que hubiese dado porque se quitara de nuevo la piel, pero rápidamente pensé que eso atraería a las demás chicas y me sentí celosa, de dónde saldría ese nuevo sentimiento.
Me dijo que su padre quería saludarme, se llamaba con un nombre impronunciable para mí, por lo que volví a ponerme colorada aunque, como se estaba poniendo el sol, casi no se notaba, o eso quería yo. Estuvimos comiendo en lugares separados, ellos en el lugar de honor y creo que él no me miró. Yo lo hice de vez en cuando, aunque no necesitaba estar pendiente de lo que decían, casi siempre era su padre el que hablaba y hablaba y todos reían, porque tenía a mi niño compinche, Gusua, que me traía la información de todo lo que hablaban, nada interesante, solo de caza del búfalo y de pescar en el río y de caballos.
¡Seguro que tiene mujer en su poblado!, si no, hablarían de nosotras, le decía yo al niño compinche, pero éste se encogía de hombros y todo lo que respondía era que la conversación sobre búfalos era muy interesante. ¿Interesante? Pero si hace años que no entran a nuestro valle, van derechitos a esos patas negras que viven en el Sur.
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Me preguntó directamente.
- - ¿No hay más mujeres como tú aquí?
- - No, me encontraron siendo muy pequeña, no sé más.
- - ¿Por eso eres tan blanca?… y tu pelo… sin embargo, negro.
Y volvió a cogerme el cabello y lo olió.
- - Tampoco eres la hechicera.
- - No, pero le ayudo, son malos tiempos en mi poblado, somos pocos.
Llegó mi Jefe con la cornamenta cocida del ciervo y se lo entregó a Shola, diciéndole entre risas que lo colocara en el palo central de su tienda, como una pieza que honraría a su esposa.
Continuará...
MariCari, la Jardinera fiel.
{¡B U E N A_____S U E R T E!}
No em extraña que Alopa se sintiera celosa, ruborizada y con una tornado de emociones desconocidas bullendo en su interior, pues yo misma (exaltada por naturaleza) no pude menos que congestionarme toda ante la imagen y posterior descripción de ese indio de pecho al aire jejejjeje
ResponderEliminar¿Ssabes? Espero que continúe pues ni las ansias de Alopa ni mi curiosidad se pueden quedar así jejejeje
Besos dobles.
Vaya con semejante historia para empezar el fin de semana, me has dejado con la miel en los labios. Creo que nunca he leído una historia larga escrita por ti, y me encanta en qué época y lugar de la historia la has ubicado.
ResponderEliminarQuiero saber más de Alopa, estaré atenta a esa continuación.
Besos.
Me has trasladado a una pequeña tribu de indios con costumbres que son fáciles de entender ya que nuestra es bien distinta.
ResponderEliminarMe he sentido libre galopando sobre Mohino y acompañando a Alopa a recoger ramas y hojas para preparar remedios.
Me he tensado como cuerda de violín ante la visión del torso desnudo de Shola y he buscado su mirada porque he sentido la necesidad de seducirlo.
Para qué decirte lo fantástica que eres cuando te pones a escribir y siempre tan original.
Un beso.
Ya estoy esperando saber cómo continúa la historia. Nunca había leído nada tan largo tuyo. Seguro que tienes muchas más historias en un cajón...
ResponderEliminarUn beso
Muy buena historia uy siguela mi mary y te mando un beso . Muy buen fin de semana
ResponderEliminarLas dos tribus son verdaderas, los apaches vecinos más al norte y mi querida Aloha apache jicarilla, es una tribu vecina que quedó tras las guerra con otras tribus situada entre 4 ríos, se llaman jicarillas por jícara, nombre dada por los españoles cuando llegamos a esas tierras y con los que tuvieron contacto, digamos que les influenciamos en tener caballos, los arreos de los caballos e incluso me ha parecido que la nicha tiene bordados muy parecidos a los que aún se hacen en la provincia de cáceres en las enaguas mediantes cordones haciendo filigranas... y esos moños bajos a los lados, con trenzas y carrera perfecta al medio... es tan de mi tierra que son familiares y queridos esta pequeña tribu que aún hay una población de 2000 o 3000 personas que viven en varias reservas, creo. Sí, tengo la parte 2 preparada, ya sabéis que me gusta documentar mis texto... espero que la disfrutéis como ésta... Gracias a todas y besos
ResponderEliminarHas hecho que me traslade a esa reserva mientras leía la historia. Me ha encantado y me gustaría saber como continua!!!!!
ResponderEliminarUn cariñoso abrazo,amiga......
Manoli
Ay ese torso desnudo que a mi edad ya no me dice nada. Pero siempre me han gustado la vida de los indios. Así que seguiré intrigada de esos amores y la suerte de la bella Alopa.
ResponderEliminarY el hechicero????
Bss y buena semana
Me hiciste viajar en el tiempo y en el espacio, entre tan hermoso relato y las fotos maravillosas que lo acompañan.
ResponderEliminarSabés que últimamente estoy muy involucrada con el tema de los pueblos originarios con mis alumnos?
Besos.
Conozco la fotos de Edward S. Curtis y he leído bastantes libros de nativos americanos. La editorial Olañeta se dedicaba a contar su historia, ¿los conoces? son preciosos y muy fieles a la realidad.
ResponderEliminarTu historia me los ha recordado. Voy a leer la siguiente.
Besitos