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El día que el poeta cambió su máquina de escribir,
aquella, en la que descargaba sobre sus teclas
toda la poseída fuerza metacarpiana
dejando sus manos dormidas
como si fuesen ajenas, insensibles
porque pierden la sensibilidad del poeta
derramándola sobre el folio frío y blanco,
por un ordenador portátil, de pantalla blanca y fría,
pasaron dos cosas: una, el abandono
de la acostumbrada compañía de su gata,
que cariñosa recostaba su lomo contra la máquina
y que se tornó esquiva y agria y, desde entonces,
piensa que debía esterilizarla, y dos,
la peor, el poeta tuvo conciencia
de su soledad en la escritura tan solo rota
por la musiquita cuando lo enciende y lo apaga.
El día que el poeta cambió su máquina de escribir,
aquella, en la que descargaba sobre sus teclas
toda la poseída fuerza metacarpiana
dejando sus manos dormidas
como si fuesen ajenas, insensibles
porque pierden la sensibilidad del poeta
derramándola sobre el folio frío y blanco,
por un ordenador portátil, de pantalla blanca y fría,
pasaron dos cosas: una, el abandono
de la acostumbrada compañía de su gata,
que cariñosa recostaba su lomo contra la máquina
y que se tornó esquiva y agria y, desde entonces,
piensa que debía esterilizarla, y dos,
la peor, el poeta tuvo conciencia
de su soledad en la escritura tan solo rota
por la musiquita cuando lo enciende y lo apaga.
MariCari, la Jardinera fiel.
{¡B U E N A_____S U E R T E!}
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